Pasar muchas horas con un niño pequeño puede resultar un experimento psico-científico si se observa mínimamente sus gustos. En las últimas semanas estoy disfrutando de esa oportunidad y la verdad es que he llegado a la conclusión de que el mundo infantil va más allá cuando la televisión está por medio. Es instantáneo, automático, terrorífico ver cómo un niño de dos años queda totalmente hipnotizado desde el momento en que en la caja tonta empieza a aparecer colores vivos, melodías pegadizas y voces agudas y afeminadas.
Es cierto que muchos adultos experimentan esa sensación de ensoñación cuando se sientan delante de la pantalla del televisor y que pierden la noción del tiempo en ocasiones, pero en una persona que apenas sabe hablar es más pasmoso. En cuanto escuchan el rumor de la televisión dejan lo que estén haciendo y donde lo estén haciendo para pararse delante del mágico aparato. Aunque sólo saben pronunciar correctamente unas cinco o seis palabras, conocen el nombre de todos los personajes de dibujos animados, tararean las canciones rítmicamente y contestan a la pantalla cuando los muñequitos se dirigen a ellos.
Pero lo más sorprendente, a mi modo de verlo, es que ahora los dibujitos no sólo hablan nuestro idioma, sino que también dicen expresiones en inglés y, más inédito aún, invitan a los pequeños televidentes a hablar en chino. Una dulce, exótica y divertida niña ficticia dice continuamente vocablos en el idioma mandarín e insta a los infantes a repertirlos con ella con el objetivo de salvar o alegrar a alguno de sus compañeros de aventuras.
No puedo evitar comparar las nuevas tendencias de la programación infantil con las de mi época. Ahora todo es mucho más sofisticado, más refinado y, quizás, menos inocente. Puedo aceptar que los niños aprendan cosas básicas con los dibujos animados, incluso valores como la amistad, el compañerismo o la tolerancia, pero creo que dentro o detrás de ese ingenuo discurso hay otro mucho más impuro y astuto. De alguna forma implícita o, mejor dicho, subliminal, esos personajes están transmitiendo continuamente un estilo de vida beneficiario para las grandes empresas que sustentan este tipo de programación y creando érroneas concepciones de la realidad. Y, si no, ¿por qué las protagonistas infantiles son siempre morenas e inteligentes? ¿O por qué un niño negro tiene frenillo al hablar? ¿O por qué siempre hay algún personaje del que todos se ríen? Son detalles a los que no damos importancia porque ni siquiera los percibimos a primera vista, pero guardan muchas más intención de la que nos podamos imaginar. Sin duda, resultan un completo misterio de la función 'educativa' de los medios de comunicación. Resolver un enigma de este calibre precisa de una gran experta: Dora la exploradora. ¡Ella siempre lo consigue!
Muy buena Mami, te diviertes cuidando al niño, no? jaja. Pues creo que tienes razón en todo menos en que es más pasmoso que un niño se quede tonto frente a la tele que un adulto puesto que el adulto se supone que tiene más capacidad de pensar con coherencia que el niño. Pero en fin...quizás continúe con mi blog porque ayer conseguimos el último quesito del trivial gracias a mi entrada sobre Lesotho, jaja
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