Desde el domingo se está produciendo un baño de críticas al discurso de Cayetano Martínez de Irujo. Si bien es cierto que es, cuanto menos cínico, que diga no saber que significa ser un “señorito andaluz”, llevando puesta una chamarreta de Ralph Lauren, también hay que decir en su favor que todo lo que dijo no es del todo mentira o exagerado. El reportaje en el que estaba incluida la entrevista al aristócrata pretendía mostrar la verdadera realidad de los jornaleros andaluces a raíz del desafortunado y oportunista comentario de Durán i Lleida. La pieza en general está bastante bien, se limita a exponer las condiciones en las que se trabajan las tierras andaluzas y los pocos recursos que a ello se destina.
Sin embargo, de todo el programa la gente parece que sólo se ha quedado con una frase que dijo el hijo de la Duquesa de Alba y que no es otra que desgraciadamente, en Andalucía es el único lugar donde ha visto que hay jóvenes sin ambición y sin aspiraciones de futuro. Uno, que él no lo haya visto no significa que no haya gente sin visión de futuro en el resto de la geografía española. Dos, le acababan de enseñar unas declaraciones desoladoras de un chico de 18 años sin graduado escolar y que apenas sabía hablar. Tres, sin duda se le puede considerar un privilegiado porque le ha venido todo hecho, no ha tenido que trabajarse todo lo que tiene y es totalmente criticable su actitud, pero no por eso se le debe privar de la libertad de expresión.
Sin embargo, de todo el programa la gente parece que sólo se ha quedado con una frase que dijo el hijo de la Duquesa de Alba y que no es otra que desgraciadamente, en Andalucía es el único lugar donde ha visto que hay jóvenes sin ambición y sin aspiraciones de futuro. Uno, que él no lo haya visto no significa que no haya gente sin visión de futuro en el resto de la geografía española. Dos, le acababan de enseñar unas declaraciones desoladoras de un chico de 18 años sin graduado escolar y que apenas sabía hablar. Tres, sin duda se le puede considerar un privilegiado porque le ha venido todo hecho, no ha tenido que trabajarse todo lo que tiene y es totalmente criticable su actitud, pero no por eso se le debe privar de la libertad de expresión.
Todo esto no es más que la conclusión a la que he llegado hoy después de una interesante charla con otra periodista y una publicitaria, de una clase de las que te abren los ojos y donde se te cuenta lo que nadie quiere que se cuente y de observar mi alrededor mientras esperaba el tren de las 21:53. Curiosamente, el tren que me ha llevado a casa era uno de los antiguos, seguramente de los más viejos que conserva la Renfe, con un olor extraño, unas luces lúgubres y un sonido de motor nada atractivo. Pero lo que más me ha chocado cuando me he montado ha sido ver los carteles del interior en vasco. Sí, Andalucía es la fábrica de reciclaje de España. No hay duda de que las comunidades más prósperas del país son Cataluña, Madrid y País Vasco, ya se encargan de recordárnoslo diariamente. Pero una cosa es eso y otra muy distinta que los sureños tengamos que aprovechar las antigüedades de los industrializados. Somos una especie de Tercer Mundo dentro de nuestro propio país, es decir, somos la tierra de los recursos, pero los más pobres y, a la vez, los más exóticos, por aquello del buen tiempo, el acento y las variadas festividades.
El tema de los estereotipos es algo que no podemos controlar y, posiblemente, nunca se erradiquen porque como me dijo un profesor en la universidad, es imposible que conozcamos todo y a todos de primera mano, por lo que simplificamos la información que nos llega para crearnos nuestras propias categorías sociales. En definitiva, tiramos de los tópicos para hacernos la vida más fácil, pero no se me ocurre otra cultura que no sea la andaluza que se venda reafirmando esos estereotipos dañinos y distorsionados. Sin ir más lejos, el vídeo promocional de la consejería de Turismo para la navidad sevillana, con los tres reyes magos tirados al sol en un banco delante de la Giralda. Y otro ejemplo, también reciente y difundido, es el cartel de la Copa Davis, en el que aparece una gitana con un vestido de pelotas de tenis. ¿Cómo pretenden “nuestros” políticos que fuera de Andalucía no nos tomen por fiesteros y vagos si ellos mismos se encargan de exportar esa imagen de sus ciudadanos?
El tema de los estereotipos es algo que no podemos controlar y, posiblemente, nunca se erradiquen porque como me dijo un profesor en la universidad, es imposible que conozcamos todo y a todos de primera mano, por lo que simplificamos la información que nos llega para crearnos nuestras propias categorías sociales. En definitiva, tiramos de los tópicos para hacernos la vida más fácil, pero no se me ocurre otra cultura que no sea la andaluza que se venda reafirmando esos estereotipos dañinos y distorsionados. Sin ir más lejos, el vídeo promocional de la consejería de Turismo para la navidad sevillana, con los tres reyes magos tirados al sol en un banco delante de la Giralda. Y otro ejemplo, también reciente y difundido, es el cartel de la Copa Davis, en el que aparece una gitana con un vestido de pelotas de tenis. ¿Cómo pretenden “nuestros” políticos que fuera de Andalucía no nos tomen por fiesteros y vagos si ellos mismos se encargan de exportar esa imagen de sus ciudadanos?
Sin darnos cuenta, nosotros, los hombres y las mujeres de Andalucía colaboramos de alguna forma en que se nos catalogue de conformistas y acomodados. Cada vez con más frecuencia veo y me cuentan que la gente va a trabajar sin motivación, con el único objetivo de echar las horas fuera, que no haya ningún problema destacable y cobrar el sueldo debidamente. ¿Cómo vamos a ser los primeros en algo si nadie se encarga de motivarnos y de hacernos creer que podemos? ¿De qué vale la pena esforzarse y hacer las cosas mejor si después con un simple cartelito o un spot desmontan todo nuestra lucha? Ese pensamiento es el de mucha gente, cada vez más, y se puede valorar como una causa de que en Andalucía haya tan poco interés por ir más allá, por no quedarse con lo fácil y querer tener un futuro mejor. ¿Por qué no creen en nosotros? O mejor dicho, ¿por qué no creemos en nosotros? Nuestras voces morenas pueden gritar igual de alto o más que las industrializadas.